martes, 4 de diciembre de 2012

Julio Cortázar.- carta sobre un encuentro con Borges




A Francisco Porrúa
París,30 de noviembre de 1964

Mí querido Paco:

Me alegro mucho de todo lo que me contás de Alejandra ( Pizarnik),y sobre todo de que le publiquen el libro.
Tu reacción con respecto a la petisa me parece perfecta , yo también encuentro muy natural que un autor de libros procure que un editor se los publique y si ella te fue a ver con esa intención, la conozco lo bastante bien para saber que, además te fue a ver porque sabe por mí quién sos ,y porque tiene una gran admiración por vos y por Esteban de modo que por una vez, lo útil se une a lo agradable , si me permitís ésta audaz forma de expresarme (…)
Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges.

Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podes imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando al cruzar el hall de la UNESCO con Aurora para ir a tomarnos un café, a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con Maria Elena

Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois.
Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando, con un afecto que me dejó sin habla.
Mira, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah! Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda,¿no?, que yo le publiqué cosas suyas, en aquella revista, ¿no?,¿cómo se llamaba la revista?, che…¿cómo se llamaba?”-Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural. Pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo.
Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo:”Ah, sí, claro…y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos,¿ no?”, en fin che yo estaba hecho un pañuelo .Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la UNESCO y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó mirando estrellas verdes.
La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de radio municipal y se fueron a España. Por supuesto los periodistas se ingeniaron como siempre en hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero que poco importa , en todo caso que POCO ME IMPORTA.(…)

Julio

El jefe Seattle y el inicio de la defensa del ecologismo



El ecologismo no lo inventó Greenpeace o James Lovelock y su hermosa teoría de Gaia, ni tan siquiera Rachel Carson y su obra "La primavera silenciosa". Tiene su origen mucho antes y unánimemente se reconoce como el primer manifiesto en defensa del medio ambiente la carta que el Jefe de Seattle, líder de las tribus Suquamish y Duwamish, escribe en 1855 en respuesta al Presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, quien previamente le había enviado un mensaje invitándolo a vender sus tierras, que hoy forman el Estado de Washington, y a que marchara con su tribu a una reserva donde pudieran vivir según sus costumbres. El Jefe Seattle, arriba en la foto, finalmente tuvo que firmar el traspaso de tierras y su carta permaneció escondida durante 32 años, hasta que fue publicada en 1887. Para escribirla no le hicieron falta universidades ni estudios avanzados, solo las enseñanzas de sus mayores, una tremenda sensibilidad y una profunda observación de la naturaleza, para ellos sagrada, y con la que se sentían totalmente integrados. Paso a dejaros el texto, que tambien queda reproducido en el video.

“El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.

Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.

¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.

La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.”
 

 

Diofanto de Alejandría y el reto de su epitafio

Diofanto de Alejandría

Diofanto de Alejandría era un matemático griego cuya figura histórica aun continua rodeada de misterio. A pesar de estar considerado como el padre del álgebra, sobre su persona se conoce muy poco e incluso se duda en que siglo vivió, especulándose al respecto que en la segunda mitad del siglo III. De él nos llegaron obras sobre teoría matemática, ocupando un lugar destacado las dedicadas a los números fraccionarios que al parecer le debían gustar bastante, dado que se los llevó de adorno a su tumba. Al parecer algo de lo poco que sabemos de su persona nos llegó a través del epitafio que dejó en su tumba y que fue recogido en la Antología de Metrodoro. Por esa inscripción podremos llegar a saber a qué edad se caso, con cuantos años tuvo su hijo, y que edad alcanzó el propio Diofanto. ¿Te atreverías con este clásico y en realidad no muy complicado problema???

El epitafio de Diofanto:

"Transeunte, ésta es la tumba que guarda las cenizas de Diofanto. Es verdaderamente maravillosa porque, gracias a un artificio geométrico, descubre toda su existencia. Dios le permitió ser niño durante la sexta parte de su vida; una duodécima parte de ella más tarde cubrió de vello sus mejillas; después de una séptima parte se encendió la llama del matrimonio, del que, a los cinco años, tuvo un hijo; pero este niño, desgraciado aunque amado apasionadamente, murió apenas llegó a la mitad de la vida alcanzada por su padre, el cual tuvo que sobrevivirle, llorándole, durante cuatro años más, mitigando su dolor con investigaciones sobre la ciencia de los números. De todo esto se deduce su edad"

Fragmento de "El cartero de Neruda" - Antonio Skármeta




 "―Don Pablo, estoy enamorado.
―Eso ya lo dijiste. ¿Y yo en qué puedo servirte?
―Tiene que ayudarme.
―¡A mis años!
―Tiene que ayudarme, porque no sé qué decirle. La veo delante de mí y es como si estuviera mudo. No me sale una sola palabra.
―¡Cómo! ¿No has hablado con ella?
―Casi nada. Ayer me fui paseando por la playa como usted me dijo. Miré el mar mucho rato, y no se me ocurrió ninguna metáfora. Entonces, entré a la hostería y me compré una botella de vino. Bueno, fue ella la que me vendió la botella.
―Beatriz.
―Beatriz. Me la quedé mirando, y me enamoré de ella.

Neruda se rascó su plácida calvicie con el dorso del lápiz.

―Tan rápido.
―No, tan rápido no. Me la quedé mirando como diez minutos.
―¿Y ella?
―Y ella me dijo: “¿Qué miras, acaso tengo monos en la cara?”
―¿Y tú?
―A mí no se me ocurrió nada.
―¿Nada de nada? ¿No le dijiste ni una palabra?
―Tanto como nada de nada, no. Le dije cinco palabras.
―¿Cuáles?
―¿Cómo te llamas?
―¿Y ella?
―Ella me dijo “Beatriz González”.
―Le preguntaste “cómo te llamas”. Bueno eso hace tres palabras. ¿Cuáles fueron las otras dos?
―“Beatriz González”.
―Beatriz González.
―Ella me dijo “Beatriz González” y entonces yo repetí “Beatriz González”."

En la foto aparece el actor italiano Massimo Troisi, que dió vida al cartero, a "Il postino" en la película de Michael Radford.