sábado, 11 de octubre de 2014

Carta de Madame de Pompadour sobre el "placer" de comer espárragos



 "Querida condesa Baschi:

     Lo que le voy a contar no es precisamente poético. El marqués de R., que como usted sabe, no es precisamente muy delicado en sus gustos, paso ayer la noche con una comedianta y al final de la cena, estando los dos... encantadores, el marqués no encontró nada mejor que desvestir a su Venus y, preparando una salsa para espárragos la coloco en un lugar que no voy a nombrar pero que usted comprenderá y se dedico a comer los espárragos mojándolos en su salsa. Parece que le gustó, ¿qué piensa usted de ello? Espero su respuesta pero, por el momento, no puedo dejar de reirme de un placer tan original.
     
La marquesa de Pompadour."
   
Por Maurice Quentin de la Tour
La Pompadour, según dicen era preciosa, vivaracha, de boca pequeña, ojos azules  y sobre todo inteligentísima. Quien sabe que ardides guardaría para volver del revés a todo un Rey de Francia... a parte de los espárragos que seguro incluyó en su dieta. No es de extrañar que una de las frases que dejó para el recuerdo fuera aquella de: 

“Las mujeres llaman arrepentimiento al recuerdo de sus faltas; pero, sobre todo, al sentimiento de no poder cometerlas de nuevo” 

Y es que muchas han sido las favoritas que han pasado a la historia, la Du Barry, la Montespan, o la Maintenon, pero a buen seguro ninguna de ellas alcanzó el grado de poder, sofisticación e influencia que Jeanne-Antoinette Poisson, conocida por todos por Madame de Pompadour. Fue la favorita del Rey Luis XV e incluso llegó a hacer buenas migas con la reina a quien inteligentemente siempre respetó. Fue una gran protectora de las artes, amiga de Voltaire e impulsora de la Enciclopedia. En la sombra, fue prácticamente una reina durante la friolera de 20 años, tiempo durante el que llegó a preparar todos los informes que había de atender el Rey y sus Ministros despachaban con ella en sus apartamentos, unos Ministros que por cierto dependían mucho para mantenerse en sus cargos de la opinión que de ellos tuviera la Pompadour, de hecho consiguió deshacerse de los ministros Orry, Monrepas, Argenson y Machault, y protegió a Bernis, Choiseul y Soubise. Por supuesto cuando su encanto fisico declinó un poco, siguió resultando imprescindible por su inteligencia y por esa capacidad suya de saber dar un prudente paso hacia el lado, que no hacia atrás, llegando incluso, sabedora mejor que nadie de los gustos y debilidades del Rey, a elegirle a sus nuevas amantes, chicas bonitas pero insulsas y sin capacidad para hacerle sombra, a pesar de eso, se dice que más que por una tuberculosis, podría haber muerto envenenada por la ambiciosa Du Barry. 

En fin, como ella misma dijo una vez al Rey, para animarlo tras una derrota:

"Por lo demás..., después de nosotros, que caiga el Diluvio...»

En el cuadro que encabeza la entrada podemos ver a la Pompadour en su esplendor, pintada por François Boucher. La obra se expone en la Alte Pinakothek de Munich.- 


Ambas fotos están tomadas de Wikimedia Commons.- 

Poema "Oda a la bella desnuda" (fragmento) - Pablo Neruda




Tu cuerpo ¿en qué materia, 
ágata, cuarzo, trigo, 
se plasmó, fue subiendo 
como el pan se levanta 
de la temperatura, 
y señaló colinas 
plateadas, 
valles de un solo pétalo, dulzuras 
de profundo terciopelo, 
hasta quedar cuajada 
la fina y firme forma femenina? 
No solo es luz que cae 
sobre el mundo 
la que alarga en tu cuerpo 
su nieve sofocada, 
sino que se desprende 
de ti la claridad como si fueras 
encendida por dentro. 
Debajo de tu piel vive la luna.


Imagen: “Desnudo” (1871), óleo de Joaquín Agrasot.

La entrada es del amigo Manuel Cerdà.

Poema "Desayuno" (Paroles - 1945) - Jacques Prévert




Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos
de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero
sin hablarme.
Sin mirarme 
se puso de pie.
Se puso 
el sombrero.
Se puso 
el impermeable
porque llovía.
se marchó
bajo la lluvia.
Sin decir palabra.
Sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.


Fotografía: Jacques Prévert en 1955 © Atelier Robert Doisneau.

La entrada es del amigo Manuel Cerdà