sábado, 13 de agosto de 2016

Chet Baker: el trompetista Cool



Chet Baker, o lo que es lo mismo, la suavidad, el recogimiento, el jazz con guante de terciopelo, la ambigüedad de una voz susurrante, la delicadeza en el cuerpo torturado por las drogas de un genio de la trompeta y la canción. Chet Baker tiene sesiones de fotos, en su juventud, ya triunfante en la música, en las que aparece como un nuevo James Dean, con cara de no haber roto un plato, un rostro perfecto que posteriormente las drogas fueron marcando y cincelando de arrugas debido a su compulsivo consumo. 

Los estragos producidos por su adicción provocaron que no pudiera saldar algunas deudas y eso le llevó a que le partieran la dentadura, haciéndole imposible tocar su trompeta con todo lo que ello conlleva para un toxicómano que no tiene como ganar para la próxima dosis. A él que tantos discos esplendorosos se le deben, también le corresponde el dudoso honor de tener uno de los peores, cuando acuciado por la necesidad intentaba grabar un disco de trompeta sin dientes. Tiempo después un admirador le pago una reconstrucción dental y poco a poco fue volviendo a tocar pero mucho más gastado. Su muerte está envuelta de misterio y parece haberse producido cuando en una gira por Europa, al volver a su hotel,  no lo reconocieron y dado su aspecto no lo quisieron dejar entrar. Como quiera que a Baker, aunque ofendido, el hotel le importaba poco y lo único que deseaba, por encima de todo lo demás era recuperar su trompeta que estaba en su habitación, airado se decidió a intentar llegar a su habitación escalando por la fachada del hotel y así llegar a su habitación para recuperar su instrumento. No lo logró, resbaló y cayó al vacío, falleciendo a la edad de 59, aunque aparentando muchos más. Aquí en uno de los videos que acompañan este texto, concretamente en "Time after time" ya se ve alguna ventana en su sonrisa, antes inmaculada. Una historia típica en las figuras del jazz tan torturadas por las desgracias. Últimamente se estrenó un maravilloso documental sobre él con el título "Let's get lost" que es muy recomendable y en 2015 se filmó "Born to be blue" en el que el músico es encarnado por Ethan Hawke.


Time After Time




My funny Valentine




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Chet Baker y su visión del jazz





Las fotos por orden han sido tomadas de:
1.- http://matome.naver.jp/odai/2144073093426394401
2.- http://humanoymundano.blogspot.com.es/2015/05/chet-baker-cara-de-angel-corazon-de.html

3.- https://es.pinterest.com/pin/302304193718024963/

viernes, 12 de agosto de 2016

Berlusconi y la pastilla de jabón más cara del mundo




No son pocos los artistas que para despuntar han buscado la provocación, también es cierto que para lograr hoy en día cierto eco mediático es necesario un mucho de imaginación, y en este sentido hay que reconocer que el artista italiano Gianni Motti (1958/----) estuvo fino cuando aprovechando la tendencia que tiene el señor Berlusconi de ofrecer siempre un aspecto impecable, utilizó la grasa corporal extraída de la tripilla del mandatario italiano durante una sesión de cirugía plástica que le fue efectuada a "Il Cavaliere" en Lugano, para hacer el jabón más caro del mundo. Así como se oye, Motti consiguió a través de un empleado de la clínica la referida grasa y se decidió a realizar la comentada pastilla de jabón que ahora se expone en una galería de arte de Basilea (es la que se ve bajo la foto de Berlusconi) y que incluso viaja a otras galerías y museos como obra de arte conceptual y es que aquí es donde viene el toque artístico, dado que hacer un jabón tiene poca ciencia, incluso con grasa tan exclusiva. El acierto es llamar a esa pastilla de jabón que se vende por el módico precio de 17.506 euros, con el nombre de "Mano pulite" osea "Manos limpias" que es el mismo nombre con el que se conoce a uno de los procesos judiciales más importantes de los seguidos contra Berlusconi en Italia. Lo que no deja de tener su puntito artístico....

¿Y tú, te lavarías las manos con el jabón más caro del mundo?

miércoles, 10 de agosto de 2016

Una historia del Bronx - (1993 - Robert de Niro)



Calogero: “-¿Qué es mejor, que te teman o que te quieran?”
Sonny: “-Buena pregunta…a decir verdad, lo mejor sería una mezcla de las dos, pero eso es muy difícil, así que puestos a elegir, prefiero que me teman. Porque el miedo dura más que el amor. Las amistades que se compran no valen nada. Tú ya lo has visto, si hago un chiste todo el mundo se ríe. Sé que soy gracioso pero no es para tanto. El temor les mantiene fieles a mí. El truco está en que no te odien. Por eso trato bien a mi gente, pero no demasiado porque dejarían de necesitarme. Les doy lo justo para que me necesiten sin llegar a odiarme. No lo olvides nunca.”

Una escena que es sin duda uno de los buenos momentos de "Una historia del Bronx", la película con la que Robert de Niro se estrenó como director. Dada la temática, resulta evidente que De Niro vuelca en su dirección y forma de tratar la historia y los personajes muchas enseñanzas de las que a  buen seguro recibió del gran Scorsese  y habiéndola dedicado a la memoria de su padre, fallecido poco tiempo antes, supongo que volcó mucho cariño en su realización. Con tan solo la descripción del barrio y su época, la música o como nos presenta a los personajes que integran la banda de Sonny (Chazz Palmintieri), los pintorescos: Jimmy "El susurros", Frankie "El bizcocho", Bobby ”El rejas”, él melódico Tony "Tupé"o el pantagruélico Jo Jo "La Ballena", ya sabemos que estamos ante un film con el que vamos a disfrutar de verdad.

En esta película el papel de gangster, "Sonny", queda en manos de Chazz Palmintieri, en cuya infancia parece que se basa parte de la película, de hecho el se llama en realidad Calogero, igual que el chico que protagoniza la película, se crió en el Bronx y su padre se llamaba "Lorenzo" y era conductor de autobús tal y como ocurre en la película. El guión que era también de Palmintieri obligó a De Niro a aceptarlo en el rol de Sonny, que era la exigencia que ponía este para ceder los derechos. Su actuación fue todo un éxito y nos regala un capo sensacional, creíble e interpretado a la perfección, cosa nada fácil teniendo enfrente a un icono en esas lides como  Don Roberto, que sin embargo se reserva para si, el personaje opuesto, el que representa el trabajo y la honradez, a "Lorenzo", un simple conductor de autobús con una personalidad tan acusada como la del gangster que deslumbra a su hijo y de cuyo mundo De Niro pretende proteger. 

Calogero: —Sonny tiene razón, los obreros son todos unos pringados...

Lorenzo: —¡Se equivoca! ¡No hace falta valor para apretar un gatillo pero sí para madrugar cada día y vivir de tu trabajo! ¡Habría que ver a Sonny, entonces veríamos quién es más duro! ¡El obrero es el auténtico tipo duro, tu padre es el tipo duro!

Calogero: —Pero todo el mundo le quiere igual que a ti en el autobús, es lo mismo...

Lorenzo: —No, hijo, no es lo mismo. A Sonny no le quieren, le tienen miedo. Es muy distinto...

Calogero, interpretado por Lillo Brancato, un actor de enorme parecido a Robert de Niro, tenía a Sonny por un segundo padre y a decir verdad muchos de los buenos consejos que recibe en la película los recibe del gangster mas que de su padre, pese a la inquebrantaable honradez de este. Dos grandes personajes de los que al final terminaría diciendo el bueno de Calogero:

  “Sonny y mi padre siempre decían que cuando fuera mayor lo entendería todo, bien, pues así fue.Aprendí algo de aquellos dos hombres: aprendí a dar y a recibir amor incondicionalmente. Uno debe aceptar a los demás tal y como son. Y aprendí la lección más importante de todas: no hay cosa más triste en la vida que el talento malgastado. Las decisiones que uno tome, determinan su futuro para siempre, pero si preguntáis a cualquiera de mi barrio, os dirá que todo esto no es sino una historia más del Bronx.”







Ficha de la película:

Título original: A Bronx Tale

Año: 1993
Duración: 122 min.
País: Estados Unidos 

Director: Robert De Niro

Reparto: Robert De Niro, Chazz Palminteri, Lillo Brancato, Francis Capra, Taral Hicks, Katherine Narducci, Joe Pesci, Clem Caserta

Guión: Chazz Palminteri

Música: Butch Barbella

Fotografía: Reynaldo Villalobos

Productora: Savoy Pictures / Tribeca Productions






sábado, 6 de agosto de 2016

Sophía Loren y el Oscar



Sophía Loren logró un hito histórico cuando en 1961 logró el Oscar a la mejor actriz principal por su desgarradora interpretación en "Dos mujeres" (Vittorio de Sica - 1960). La propia Loren contaba en sus memorias "Sophía: Vivir y amar" cómo se sentía ante la posibilidad de hacerse con la estatuilla dorada por su papel en "la ciociara", sus temores y el motivo por el que no acudió a la entrega de los premios y se quedó en su casa:

"Sentí que ser candidata ya era por sí solo un honor, y bastante raro para una actriz que hablaba italiano en una película italiana. Pero después, al pensarlo, cambié de opinión. La competencia era formidable: Audrey Hepburn en "Desayuno con diamantes", Piper Laurie en "El buscavidas", Geraldine Page en "Verano y humo", Natalie Wood en "Esplendor en la hierba". Aparte de la formidable oposición, el simple hecho era que en su larga historia nunca se había dado el premio mayor de la Academia a un actor o una actriz en una película hablada en otro idioma. Había sido obtenido por Anna Magnani, pero por "La rosa tatuada" (1955), una producción americana hablada en inglés. Así que decidí que no podría afrontar el trauma de sentarme frente a millones de espectadores mientras mi destino era decidido. Si perdía, podía desmayarme de desilusión; si ganaba, me desmayaría de alegría. En lugar de repartir mi desmayo por todo el mundo, decidí que sería mejor desmayarme en casa. A las seis de la mañana (hora italiana) supe que la ceremonia había terminado y que yo no había ganado. me fui a la cama. A las siete menos cuarto sonó el teléfono. era Cary Grant. "Querida, ¿ya lo sabes?. "¿Saber qué?". "¡Has ganado ! ¡Has ganado el Oscar a la mejor actriz! Estoy tan contento en ser el primero en decírtelo...". No me desmayé,  pero quedé como atontada. Era sin discusión la mayor emoción de mi vida" Y concluía: "Atesoro cada uno de los premios que he recibido, y mi Oscar está en un sitio de honor. Fue robado hace algunos años en la Villa Marino, por ladrones que creyeron que era de oro. Mandé sesenta dólares a la Academia y me enviaron por correo otro de reemplazo"

Posteriormente Sophía Loren estaría nominada nuevamente en 1964 por la película "Matrimonio a la Italiana", pero ese año ganó Julie Andrews por "Mary Poppins". En 1991 ganaría un Oscar honorífico a toda su carrera. Una hazaña como la de la Loren en "Dos mujeres" solo ha sido igualada después, de muchos años, en lo que a la categoría de mejor intérprete principal se refiere, por la francesa Marion Cotillard por su papel en "La vida en rosa" (Oliver Dahan, 2007) y en el plano masculino por Roberto Benigni en "La vida es bella" (1998).

Algunas imágenes de la película:



viernes, 5 de agosto de 2016

Ser pobre es una mierda (por Roger Senserrich en Jot Down)



"... Era una mañana de junio y estaba en una pequeña ONG en New Haven, en un barrio hispano no demasiado agradable. Dos citas no se habían presentado, y no estaba de muy buen humor. Llevaba un rato sin clientes, aburrido en un despacho desvencijado leyendo artículos sobre trenes en internet. Fue entonces cuando llegó una mujer que no llegaba a la treintena, puertorriqueña, con sus dos hijos pequeños a cuestas, a ver si podía apuntarse al seguro médico y cupones de alimentos.

Un poco irritado, saqué el cuestionario y me puse a hacer toda la horrible batería de preguntas, inquiriendo sobre dónde vivía, dónde trabajaba, cuánto ganaba, cuántos ahorros tenía, qué coche conducía, si tenía historial delictivo, dónde vivía el padre de sus niños, y pidiendo que me detallara su situación familiar. Ser pobre a menudo significa someterse a estas pequeñas humillaciones, tristemente, e intenté ser amable, incluso con dos críos chillones interrumpiéndome en un despacho lleno de cachivaches.

Fue al preguntar sobre sus gastos cuando me pasé de listo. Por una serie de motivos regulatorios obtusos que no vienen a cuento, en la solicitud era necesario detallar cuánto se paga de alquiler, electricidad, calefacción, etcétera, no sea que alguien esté pidiendo ayuda sin pasar suficiente hambre. La factura de teléfono del mes pasado para esta pobre chica era de más de cien dólares, ya que además de teléfono e internet tenían contratada televisión por cable. No era la primera vez que me encontraba a alguien que no llegaba a final de mes con estos gastos, y siempre me callaba. Esta vez, sin embargo, no pude evitar juzgarla y decirle, con bien poco tacto, que quizás harían bien en ahorrar ese dinero en vez de malgastarlo en un lujo innecesario.

Por muy buena cara que la pobre mujer hubiera estado poniendo hasta entonces, esa fue la gota que colmó el vaso. Primero se quedó quieta, mirándome fijamente, frunciendo el ceño. Tras unos segundos de silencio, pidió a sus dos chavales que salieran fuera un ratito, que ya casi estaban. Una vez se fueron los niños, cerró la puerta y rompió a llorar, contándome entre sollozos que sabía que era un lujo, que sabía que era tirar dinero, pero que no podía hacerlo ya que sus hijos la odiarían por ello.

Ser pobre, me contó, es no poder hacer nada, nada en absoluto; es no poder ir a comer fuera, no poder llevar a los niños al cine, no poder comprarles juguetes o llevarlos a la ciudad. Es no poder apuntarlos a actividades extraescolares, porque no podía salir temprano de uno de sus dos trabajos para ir a recogerlos. Desde que recordaba, la palabra que más había repetido a sus hijos era «no». Dejarles sin Spongebob, sin poder hacer nada más que sentarse a mirar la pared cuando estaban en casa era demasiado. Y por supuesto, no era solo por sus hijos. Sin televisión, sin ese pequeño lujo que apenas podía pagar, no se veía capaz de aguantar esos días que volvía del trabajo a las once de la noche, cansada y oliendo a McDonalds, sin perder la cabeza. Ver la novela grabada y fumarse un cigarrillo. Era eso o no poder más.

La había juzgado, obviamente. Había juzgado que ese pequeño lujo, ese gasto innecesario, era una muestra de su falta de disciplina, de la falta de criterio que la había hecho pobre. Tenía dos hijos, estaba sola, fumaba y encima quería ver Dexter en la tele. No era digna.

Lo que no estaba viendo es que esta mujer, aún no llegada a la treintena, tenía dos empleos a tiempo parcial, dos niños llenos de energía y absolutamente nadie que la ayudara. No se había tomado unas vacaciones desde hacía años, y no sabía si temía más el verano porque no sabía dónde iba a meter a sus hijos mientras estaba en el trabajo, o porque le iban a reducir las horas en el curro y no podría pagar el alquiler. Su cansancio no era la clase de agotamiento que se va con una buena noche de sueño. Su cansancio era el de estar muerta de miedo todo el día, de forma constante, sin pausa, harta de que todo el mundo la vea como una fracasada y rota por dentro por la sospecha de que quizás tuvieran razón.

La pobreza es una mierda. Se ha hablado mucho estos días en Estados Unidos sobre si existe una «cultura de la pobreza», sobre si la gente con pocos ingresos lo que necesitan es menos servicios sociales que les rían las gracias y más lecciones sobre fortaleza moral. Ojalá fuera tan sencillo. La realidad es que cualquier persona medio normal que viva bajo los niveles de estrés, angustia y temor de estar cerca de la pobreza no tendrá las más mínimas ganas de que alguien le explique sus errores. Sencillamente estará demasiado agotado para prestarle atención."

El texto pertenece a un artículo sensacional de ROGER SENSERRICH publicado en la magnifica revista cultural JOT DOWN y que a mi entender abre mucho los ojos a aquellos que critican con demasiada ligereza situaciones que sin haberlas vivido en primera persona resultan imposibles de analizar con la debida objetividad y humanismo. El artículo completo está disponible en el siguiente enlace: Ser pobre es una mierda - Jot Down 

La foto que nos sirve de cabecerea es la famosisima "Madre migrante" (1936) de Dorothea Lange y a la que ya en su día dedicamos una entrada en este blog:

martes, 2 de agosto de 2016

El último baile de Vaslav Nijinsky



"Había pasado más de un año desde la última aparición en público de Nijinsky, y los balletómanos, habiendo catado el «manjar de los dioses», lo añoraban.  El anuncio de que Vaslav Nijinsky daría un recital para doscientos invitados a beneficio de la Cruz Roja en un hotel de St. Moritz, les hizo acudir expectantes. Allí estaban mirando el escenario donde el coloso, tras decir a la pianista Bertha Gelbar “ya ordenaré en su momento qué debe tocar” espeta a los perplejos asistentes: «Les voy a mostrar cómo vivimos, cómo sufrimos y creamos los artistas». Sentándose en una silla frente a la audiencia, quedó mirándoles fijamente. Pasaron minutos, y minutos... y media hora.  El público, inmóvil, como hipnotizado. Luego cada cual ha dado su versión de esta escena, pero allí siguieron, como los admiradores del atuendo del rey del cuento, paladeando aquella nueva exquisitez estética, minuto a minuto, sin saber qué pensar, pero no atreviéndose a mostrarlo, no fueran a creer que no entendían al genio. 

Al fin Romola Nijinsky, a la que al salir de casa, él había dicho: «¡Silencio!, esto es mi matrimonio con Dios!», asustada v llorosa, hizo una señal a la pianista para que tocase algo, y Bertha inició las Sílfides y luego unos compases de El espectro de la rosa, sin que se modificase la actitud estatuaria del bailarín.  Acercándose a su esposo, le murmura: «Por favor, comienza, baila las Sílfides». Responde él secamente: «¡Cómo te atreves a importunarme!, no soy una máquina, bailaré cuando sienta que debo hacerlo». Seguimos el relato de la atribulada esposa: «Nunca me había hablado así Vaslav, y ¡delante de toda esa gente! No pude soportarlo y abandoné el cuarto conteniendo las lágrimas.  Me siguieron mi hermana y Asseo (el esposo de la pianista).  "¿Qué pasa? ¿Qué le ocurre a Nijinsky?" “No sé. Tengo que llevármelo a casa. ¿Qué creéis que podemos hacer?" Entramos de nuevo. Vaslav está bailando; gloriosamente, pero de modo aterrador.  Cogió unas piezas de terciopelo blanco y púrpura y desenrollándolas hizo una gran cruz en el suelo. Se colocó en su cabeza, con los brazos extendidos, como una cruz viviente. Dijo: "Ahora voy a bailar la guerra, con sus padecimientos, su destrucción, sus muertes." Era terrible.
       Vaslav seguía bailando, tan brillantemente, con tanta belleza como siempre, pero era diferente Parecía inundar la estancia con el sufrimiento de la humanidad. Era trágico; sus gestos, todos monumentales, y nos sugestionó de tal modo que casi le vimos flotar sobre cadáveres. El público, sin aliento, horrorizado y al mismo tiempo extrañamente fascinado. Parecían petrificados.  Sentíamos a Vaslav como a una criatura sobrepoderosa llena de fuerza dominadora, como un tigre arrancado de la jungla, que nos podía destruir a todos. Y estaba bailando y bailando, girando en el espacio, arrastrando al auditorio con él a la guerra, a la destrucción, enfrentándoles con el sufrimiento y el horror, luchando con sus músculos de acero, su agilidad, su velocidad de relámpago, su carácter etéreo, intentando escapar del fin inevitable. Era la danza de la vida contra la muerte.»

Nijinsky y Romola en 1916
       Ésta es la versión de Romola, no imparcial precisamente, pero la valoración del impacto emocional y de la excelsa condición estética de la parte danzada de la sesión es unánime en todos los relatos de los espectadores. También coincide con el carácter de extrema capacidad de irradiación sentimental que siempre había tipificado a Nijinsky. Es el 19 de enero de 1919. Nijinsky, que morirá a los 62 años, y entonces tiene 31, ha bailado por última vez.
       Romola pregunta por el «mejor» psiquiatra y le recomiendan a Ernst Bleuler, que trabaja en Zurich.  Primero lo visita ella.  Una entrevista de dos horas (¡pobre Bleuler!) en que aturdiría al médico con su verborrea desfiguradora de la realidad; el profesor la tranquiliza.  Al día siguiente, tras una entrevista de sólo diez minutos con Nijinsky, Bleuler tiene que decir a Romola: «Hija mía, debe usted ser valiente.  Hay que separar inmediatamente a la niña (Kyra, la hija adorada, y entonces única de Nijinsky), y le conviene tramitar el divorcio.  Por desgracia, no puedo hacer nada. Su marido es un alienado incurable.  Lamento ser tan brutal, pero tengo que salvarla a usted y a la niña.  Dos vidas.  Por él no podemos hacer nada.» Romola, aturdida por el golpe, va en busca de Vaslav. Éste, que aguarda en la sala de espera, la recibe con una melancólica sonrisa. «Fremmka (como familiarmente llamaba a su esposa), me traes la sentencia de muerte, ¿no es cierto?».
       Romola decidió no divorciarse ni llevar a Nijinsky al hospital, contra el consejo de su madre, pero ésta actúa independientemente, y mientras lleva de paseo a Romola, «... Nijinsky estaba en la cama esperando el desayuno. Llegó la ambulancia de la policía, mientras los bomberos rodeaban el hotel Baur en Ville para impedir que Vaslav saltase por la ventana... Los siguió dócilmente al hospital, donde quedó en la sala común con otros treinta pacientes. De la impresión tuvo el primer ataque catatónico"



Nijinsky y Romola pocos años antes de la muerte del bailarin.
El relato de este último canto del cisne de Nijinsky aparece en la obra "Locos egregios" del Doctor Juan Antonio Vallejo-Nágera y se encuentra fielmente inspirado en el relato que de aquellos momentos hizo Romola Nijinsky, la esposa del bailarín. Añadir que Romola, que en principio se casó deslumbrada por el genio y el tren de vida que podía llevar a su lado, no se divorció de su marido una vez este cayó enfermo de esquizofrenia, una enfermedad que entonces no tenía cura, muy al contrario, permaneció cuidándole durante toda su larga muerte en vida, mas de treinta años en los que escaseaba el dinero para proporcionar los cuidados adecuados al bailarín y en los que este apenas hablaba, sufría frecuentes alucinaciones o se negaba a comer; ni tan siguiera ver un ballet lo sacaba de su ensimismamiento. Hubo momentos en los que Romola hubo de aceptar la ayuda económica de los bailarines que siguieron la senda abierta por su idolatrado Nijinsky, tanto en el estrellato del mundo de la danza y los Ballets Rusos como en el corazón de Diaghilev, los sensacionales Dolin, Liffar o Balanchine, que si bien eran soberbios en su arte, jamás pudieron alcanzar las cotas alcanzadas por el Mujik loco, el gran Nijinsky.



lunes, 1 de agosto de 2016

Pío Baroja y los siete tipos de españoles



Ya no creo que haya cafés como los de antes, de esos en los que se reunía la intelectualidad para intercambiar genialidades, lugares ya míticos como el Café Gijón, el de Pombo o el Nuevo Café Levante. En este último instaló su tertulia el singular Valle Inclán y fue tal la pléyade de celebridades que eran asiduos del lugar que este llegaría a afirmar: "El cafe de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y que muchas consagradas academias". 

Uno de aquellos fabulosos personajes que constituían la fauna habitual del Nuevo Café Levante era el sensacional escritor Pío Baroja, quién supongo que allí conocería a personas de toda clase y condición, resultando ciertamente valiosa su forma de valorar a los demás: 

"Realmente, no sé si con justicia o no, a mi no me admira el ingenio, porque se ve que hay muchos hombres ingeniosos en el mundo. Tampoco me asombra que haya gente con memoria, por grande y portentosa que sea, ni que haya calculadores; lo que más me asombra es la bondad, y esto lo digo sin el menor asomo de hipocresía"

Visto el prisma desde el que veía la realidad Don Pío, creo que resulta interesante leer como veía el escritor a los españoles. Se cuenta que en el citado Café, un 13 de mayo de 1904, Don Pío logró el aplauso de los presentes, entre ellos Miguel de Unamuno y Benito Pérez Galdós, cuando encontrándose los tertulianos discutiendo sobre los españoles y sus singularidades, sentenció:

“La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber:

Una: los que no saben;
dos: los que no quieren saber;
tres: los que odian el saber;
cuatro: los que sufren por no saber;
cinco: los que aparentan que saben;
seis: los que triunfan sin saber, y
siete: los que viven gracias a que los demás no saben.

Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”.

Como todas las buenas cosas, su descripción resulta intemporal y de plena actualidad. ¿Y vosotros a que tipo pertenecéis?


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